Injustamente
No soy hombre de amores simples le dije con cara de resentimiento.
Casi sin dejar pausa alguna, ella se acercó con toda la lujuria que su cuerpo gritaba y sin duda en su voz, me respondió: "Pues yo no soy mujer que da muchas vueltas".
Su respuesta llegó a mis mejillas como una bofetada inesperada, me tomó por sorpresa y su mirada atenta me delataba, mientras tanto yo luchaba contra todo pensamiento de salir corriendo de allí como si de un incendio se tratara, y sin dejarme suspirar enseguida volvió a mi embate.
Armada de sus labios, de esa boca, que le cambiaría la vida a todo que lograra besarla, me tomó la mano y me susurro al odio: "Por qué no me besas. Sí, aquí en los labios complicados de mi simple boca".
Y la besé, como se toca un violín, primero con cariño, delicadeza y luego con total frenesí.
Con esos besos floté en un instante , sus ojos me guiaron y llevaron adonde pertenecía, pude pasear mis manos sobre su espalda y descendiendo hasta su cintura comprendí que la vida a veces se dirime en breves fragmentos de tiempo, como si hubiera esperado siglos para germinar y lo hiciera de golpe y sin aviso.
Súbitamente un ruido nos separó, ella reaccionó asustada y me pedía perdón, me decía que debía irse, que no podía estar más y mientras recogía sus cosas desesperada yo la detuve y la vi a los ojos, lloraba y lamentaba haberme hecho sentir semejante sensación, dijo que volvería y salió por donde vino.
Ha pasado tanto que ya no recuerdo su tono de voz, pero aún sigo aquí, amándola y odiándola por las mismas razones.
Por nacer cuando me beso, vivir mientras lo hizo y morir cuando me abandonó.
Es triste pero el amor casi nunca es justo con quien lo padece.
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