Te esperaste en los días grises
donde yo era solo un eco de lo que podía ser,
te hiciste fuerte entre mis debilidades,
aguantaste los huracanes de mis dudas
y el frío de mis distancias.
Te miro ahora y pienso:
cómo pudiste ser tan tú
mientras yo apenas aprendía a ser yo.
Cómo tus manos, tan llenas de amor,
aguantaron sostener las mías llenas de vacío.
Y aquí estamos, al borde de todo,
construyendo un hogar de promesas cumplidas.
El futuro, que antes era una neblina,
ahora tiene el color de tus ojos
y el sonido de unas risas que aún no nacen,
pero que ya me habitan.
Imagino a nuestros hijos corriendo descalzos
por los pasillos de lo que seremos,
sus nombres brotando de nuestras bocas
como mantras, como estrellas.
Y sé que cada ladrillo de este amor
lo pusiste tú, mientras yo aprendía a amar.
El destino tuvo paciencia contigo,
me moldeó en tus manos,
te reservó como el milagro final
para este hombre que por fin entendió
que amar es quedarse,
es construir,
es llegar después de todos los naufragios
y saber que nunca más querrá zarpar.
Te debo la vida que ahora empieza,
el hogar que haremos eterno
y el amor que por fin aprendí a darte,
limpio de miedos, lleno de ti.

Comentarios
Publicar un comentario