Ley de Murphy

Ley de Murphy; denota una actitud resignada ante el devenir de acontecimientos futuros. 

Es como si, al conocer la inevitabilidad de la caída, nos preparáramos con una mezcla de aceptación y desgano, que todo lo que puede salir mal de alguna forma, lo hará.
Y esa misma ley se aplica al amor, a la vida, a todo aquello que creemos bajo control.
Porque al final lo que más tememos, las pérdidas que consideramos inaceptables nos arrastran hacia realidades que nunca quisimos enfrentar.

Las pérdidas son parte del trato, aunque no lo aceptemos. A veces, la vida nos arranca algo tan profundo, tan esencial, que quedamos rotos, con un vacío que se siente irremediable.
Y en esos momentos, la cruda realidad es que no importa cuánto intentes entenderlo, hay pérdidas que no tienen sentido. Aquello que se fue, aquello que te arrancaron, nunca será reemplazado.

Pero la vida, esa misma que nos golpea con la dureza de lo inesperado, también tiene una extraña forma de mostrarnos el camino. Heridos, quebrados, pero aún con un hilo de esperanza, empezamos a caminar de nuevo. Al principio, la tristeza pesa como una losa, y la desesperación amenaza con desbordarnos. Pero, poco a poco, la herida empieza a cicatrizar. No de la manera en que quisiéramos, ni con la rapidez que deseamos, pero cicatriza. Porque el tiempo, aunque cruel, tiene la capacidad de enseñarnos a vivir con el dolor y a encontrar algo de paz en medio de la tormenta.

Y es en ese proceso, en la aceptación del dolor y la pérdida, cuando finalmente comenzamos a encontrar el rumbo adecuado. A veces no es el rumbo que habíamos planeado, no es el destino que esperábamos, pero es el que necesitamos. Nos redirige, nos moldea, nos enseña que no todo en la vida está predestinado, y que, a pesar de las heridas, seguimos siendo capaces de amar, de soñar, de seguir adelante. Porque el amor no es solo lo que recibimos, sino también lo que aprendemos a soltar, lo que nos permite crecer incluso cuando ya no sabemos cómo seguir.







Comentarios

Top 3